martes, 19 de abril de 2011

Modelos para una vida independiente

La lucha por la integración de personas con diversidad funcional esta cada vez más presente en la sociedad.


A sus 20 años Anna Ortiz no sabe lo que es correr por el cauce de un rio y no ha vivido la experiencia de caminar por la orilla de la playa, pero ha sabido hacer de su compañera de viaje, esa que le otorga movilidad gracias a sus ruedas, el motivo principal de su lucha.

Anna Ortiz durante un entrenamiento
En España hay cerca de 3.5 millones de personas con discapacidad física, o mejor dicho con diversidad funcional. Este nuevo término reivindica la liberta de elegir una vida digna donde no existan barreras para las personas con limitaciones físicas, objetivo principal  de una forma diferente de vivir; El Movimiento de Vida IndependienteEste movimiento surge en EEUU a finales de los años  60 en una época en la que se dan lugar varios movimientos reivindicativos de derechos civiles, como el movimiento feminista o el llamado “black power”. Es en esta época donde Ed Roberts, impulsor del modelo de vida independiente, luchó para que su diversidad funcional no fuera una barrera que le impidiera estudiar en la universidad de Berkeley (california). Este concepto de vida tiene como meta que la gente con diversidad recupere el control sobre su propio cuerpo y manera de vivir. Sus esfuerzos se centran en la completa integración de las personas con diversidad en todos los aspectos de la sociedad, pero para conseguir esto todavía son muchas las barreras a derribar, algo que conoce muy de cerca Anna Ortiz.

Con siete años, esta nadadora paraolímpica, hizo de su método de terapia su forma de supervivencia al ver que en el agua estaba en igualdad de condiciones con el resto de  niños de su edad. Desde entonces, Anna no ha dejado de trabajar duro para ser deportista de elite, esfuerzo que compagina con sus estudios de periodismo en la UV. Campeona de la Comunidad Valenciana de natación, la ciudad de Valencia le otorgó el premio al Mérito Deportivo a  la mejor deportista con diversidad funcional, en la categoría femenina, del año 2009, convirtiéndose así, en todo un modelo a seguir de forma de vida independiente.

Personas como Anna quieren  con  su ejemplo romper con todos los estereotipos sociales  y demostrar que son muchas las cualidades de las que disponen  pudiendo  ser de gran aportación en la vida diaria. Cualidades que demuestran su espíritu de superación y sus ganas de vivir en una sociedad incapaz de otorgarles el derecho de elegir como llevar a cabo   sus vidas.

Bianca Ruano

lunes, 11 de abril de 2011

Rediseño de alimentos y animales a cambio de más ventas

LA COMIDA EN MANOS DE CORPORACIONES MULTINACIONALES

Una de las pocas necesidades básicas que aún conservamos de la era de piedra es la de comer para abastecernos de energía. Sin embargo, este habito natural ha cambiado más en los últimos 50 años que en toda nuestra historia; hasta tal punto que el camino entre criaderos, huertas y supermercados se ha disuelto en una cortina de humo creada básicamente por las industrias alimenticias. Estas industrias han cambiado la manera de hacer alimentos: desde que en 1948 los hermanos McDonald decidieron incorporar el sistema de producción en masa a sus restaurantes, el modo de concebir la obtención de carne cambió totalmente; sobretodo bajo la concepción de que no importa la parte del mundo en la que estés, porque la hamburguesa de McDonals siempre sabrá del mismo modo. No es relevante de qué compañía o franquicia hablemos, 60 años más tarde el sistema de producción de alimentos ha cambiado de tal forma que prácticamente no existe ya alternativa. Cargill, Tyson, Danish Crown, MonSanto o American Smithfield son sólo algunas de las pocas compañías transnacionales que controlan la carne y el grano, y luchan cada día para que el sistema que les permite ganar altos beneficios siga en marcha. Nuestra alimentación está en sus manos, ¿hasta qué punto sufrimos las consecuencias?

La industria del pollo

En 1960 se necesitaban al menos 70 días para engordar a un pollo antes de ingerirlo, a día de hoy, con 50 es suficiente para obtener uno casi el doble de grande. Los criaderos de pollos son lugares oscuros en los que no existe la luz del sol y en los que estas aves viven pegadas las unas a las otras, en un conjunto de heces y polvo en el es difícil respirar. Así lo muestran las imágenes de un documental envuelto de polémica, Food Inc. , que revela las condiciones de vida abusivas de animales y trabajadores impuestas por las corporaciones multinacionales de alimentos. Las exigencias del mercado han impulsado a estas empresas a rediseñar el pollo: han aumentando exponencialmente el tamaño de sus pechugas y su peso, provocando con ello que sus huesos y órganos internos no se adapten a este crecimiento y no aguanten siquiera el peso que cargan. Los granjeros siguen este modelo para adaptarse a un sistema masivo y para convertirse en proveedores de las compañías dominantes. Han perdido el control sobre su propio negocio y deben seguir las pautas establecidas para poder vender sus productos. Vince Edwards, granjero de Kentucky y proveedor de la empresa Tyson, afirmó para Food Inc. que criar animales se había convertido en pura ciencia y negocio, “¿si se puede criar aun pollo en 49 días, quién va querer alguien que los críe en 3 meses?”


El maíz

La etiqueta del 90% de productos de la cesta de la compra revela la presencia del maíz , sobretodo del jarabe de maíz alto en fructosa o el almidón, en casi todos los alimentos que ingerimos. Esto es posible debido a la manipulación científica del grano que permite crear alimentos precocinados que no se echan a perder en la nevera. Alimentos que conforman la dieta básica de muchos hogares. El maíz es la materia prima por excelencia, se produce a bajos costes y se vende a bajos precios; sobretodo, respaldado por subvenciones y por grandes corporaciones con la finalidad de alimentar a los animales a un precio bajo y disminuir así el precio de la carne para aumentar el consumo.


La industria vacuna

Las vacas no están diseñadas evolutivamente para comer maíz, sino hierba; pero éste es más barato y les engorda más rápido. La consecuencia de esto es noticia desde hace algunos años por la infección de E.Coli 1057:h7 de muchos ciudadanos, sobretodo estadounidenses, tras comer carne de vaca. Esta bacteria es una mutación creada por una dieta alta en maíz que se traspasa mediante el contacto con las heces. En los criaderos de vacas los rumiantes tienen poco espacio para pasear, y aunque lo tuvieran, su peso es tal que a penas pueden moverse. Por lo tanto, el contacto continuo con las heces llena su piel de esta bacteria y permite una infección masiva. En un matadero donde se sacrifican 400 vacas por hora, ¿cómo evitar que esta bacteria pase de la piel a la carne? Según se afirma en Food Inc. , esto podría solucionarse volviendo al sistema tradicional de pasto, donde las vacas se desprenderían del 80% de E.Coli en sólo 5 días. La industria , no obstante, nunca pone fin a los problemas del sistema mediante remedios naturales, sino tecnológicos. La tecnología parece ser siempre la solución coyuntural para problemas estructurales. La del E.Coli ha sido el uso de amoníaco para matar las bacterias.
 
El sistema de consumo y producción actual genera lo que suelen denominarse daños colaterales. De los antiguos sistemas de generar alimentos también se originaban consecuencias indeseadas, sobretodo las pérdidas de cultivo y las enfermedades del ganado. No se debe obviar por tanto el triunfo de algunos pesticidas, máquinas para conrear la tierra, vacunas para animales… Sin embargo, tampoco es lícito cerrar los ojos ante unas empresas que cambian los alimentos y se escudan en la tecnología para aumentar las ventas. La obesidad, la diabetes y los malos hábitos alimenticios se achacan siempre a una irresponsabilidad personal, quizás sea cierto, pero quizás también es otro daño colateral del sistema, ¿no se puede acostumbrar a los humanos a la basura si se ha acostumbrado a la vaca al maíz?

Mónica García 
                                                                                                     

Ver documental de Food.Inc , base de este artículo.

Reacción de Monsanto ante el documental:

jueves, 7 de abril de 2011

"Trabajando más y mejor es posible tener un cine de calidad en España"

Entrevista
JORDI REVERT, ESCRITOR CINEMATOGRÁFICO


Licenciado en periodismo por la Universitat de València, Jordi Revert en la actualidades es crítico y editor de Labutaca.net y miembro de Cinefórum Atalante, que coordina el aula de cine de la Universidad de Valencia. Para Jordi el cine español siempre ha estado en crisis, cosa que se muestra una vez más en los datos sobre el cine del año 2010 publicados a la web del Ministerio de Cultura. Estos datos, desvelan un notable descenso en la recaudación del cine en España en el pasado año, donde las producciones  nacionales tan solo recaudaron 80 millones de euros frente a los 582 millones recaudados por películas de producción  extranjera.


La cuota de pantalla del cine español ha pasado de un 15,5% a un 12,1 % en 2010 con un total de 24,1 millones menos de ingresos por parte de películas nacionales respecto al año anterior. Basándonos en estos en estos datos ¿podemos afirmar que nuestra industria cinematográfica esta en crisis?

La pregunta sería si alguna vez ha dejado de estarlo, y si esa pérdida de cuota es sólo aplicable al cine español o pasa con el cine en general. Es cierto que 2009 fue un año excepcionalmente bueno, pero fue sobre todo por la feliz coincidencia de cuatro estrenos potentes. 2010, sin embargo, ha sido un año en el desierto. En conclusión, si el cine va mal, el cine español es el primer perjudicado. Y en la situación actual, las vacas flacas no afectan sólo al cine, sino prácticamente a cualquier actividad o manifestación cultural que encuentre un sustitutivo gratuito y a mano.

A día de hoy ya sabemos que Torrente 4 ha recaudado más en seis días de lo que recaudo la película más taquillera del 2010 Tres metros sobre el cielo ¿perjudican este tipo de películas a la imagen que se tiene del cine español?

Creo que el complejo lo tenemos nosotros como espectadores. Que "Torrente 4" o "Tres metros sobre el cielo" sean las películas más taquilleras en sus respectivos años no tiene nada de malo en sí. Es más, para que muchos directores con películas pequeñas puedan estrenar, encontrar un hueco en las salas, hace falta que se estrene un Torrente o una "Mentiras y gordas" cada año, productos que tienen muy definido el target y que son una fórmula casi segura de éxito. Por lo tanto, ¿qué tiene de malo explotar esas fórmulas de éxito que sabemos que funcionan en nuestra industria? Otra cosa es lo que nos gustaría, superproducciones que reciban el prestigio de la crítica, ganen premios y al tiempo tengan el favor del público. 

Teniendo en cuenta cual es la demanda  ¿ puede la experiencia decirnos otra cosa diferente?

El problema es que inmediatamente identificamos el problema como algo autóctono, como únicamente nuestro, cuando no hace falta más que mirar las películas más taquilleras de otros mercados de relevancia para darnos cuenta de que es una tendencia más habitual de lo que pensamos. Lo único (y lo mejor) que se puede hacer es trabajar más y mejor para convencer al público de que un cine grande y de calidad es posible.


Bianca Ruano

miércoles, 6 de abril de 2011

Mar afuera

A continuación, os ofrezco la posibilidad de conocer una pequeña parte de mi amigo José Vaquerizo. José escribió un relato en el cual combina tanto ficción como realidad, aunque hay más de lo segundo. Se agradecerán mucho los comentarios sobre el mismo.

“MAR AFUERA”

A Ramón Sampedro,

Que cada cual elija su mar...

En libertad

     Vake tenía sólo cinco años cuando hizo el primer viaje de su vida. Fue a Lourdes, localidad situada en la frontera entre Francia y España, en plenos Pirineos. Su madre partió con él hacia aquel lugar milagroso, según la gente, con la ilusión de hacerle un apaño a su hijo, que falta le hacía. Porque Vake había nacido con una parálisis cerebral provocada por la falta de oxígeno en el cerebro que le haría ir eternamente en una silla de ruedas además de sufrir otros problemas físicos añadidos.

     Una tarde o noche cualquiera, su padre y, a la vez, chofer oficial del Vakemóbil (una especie de Papamóvil pero adaptado a Vake en lugar de al Papa), llevó a su mujer y a su hijo a la estación de trenes. De allí salía una expedición rumbo a Lourdes. Se percibía un montón cuál era el destino de aquel tren porque la mayoría de los que entraban subían en camillas o en sillas de ruedas.

     Aquello era una especie de invasión marciana, lleno de especímenes con diferentes tipos de normalidad.

     El tren que les llevaría hasta la frontera era un borreguero de esos que iban a cinco kilómetros por hora. Quizás un atleta corriendo los 1500m hubiese podido adelantarlo. Además tampoco era muy cómodo y hacía mucho ruido al desplazarse. Al amanecer, el tren, al que también le hacía falta algún milagro que otro, llegó al último pueblo de Girona (España). El próximo pueblo ya era francés (de Francia, por supuesto). Allí se detuvo el tren, si se le podía llamar tren, y tuvieron que hacer trasbordo a otro, pero antes desayunaron. Algún acompañante bajó seriamente dolorido con lo que ahora el número de necesitados de un milagro era mayor que cuando habían subido en la estación de Valencia. Se les veía ilusionados, quizás hubiese suerte y todos volverían caminando a casa en vez de subidos en aquel tren insufrible. La fe que se respiraba entre ellos les mantenía despiertos como un manojo de rosas en plena primavera, o quizás fuese el insoportable ruido que hacia el tren al desplazarse por las vías el que no les dejaba dormir.

     El cambio del país se notó mucho, especialmente en los paisajes que aparecían a cámara lenta por las ventanillas   del tren. Eran bonitas vistas, con mucho colorido, desde el color tierra de la montaña pasando por el verde intenso del prado hasta el blanco más blanco de la nieve. Los vagones del tren parecían los de una montaña rusa, con abundantes subidas y bajadas, pero un poquito más lento que esta atracción de feria.

     El Vake no se despegaba de la ventanilla de su vagón. En su compartimento se encontraba un niño de su misma edad, más o menos, pero que se encontraba mucho peor que él. Estaba como un vegetal, no se movía ni hablaba. También había una chiquilla un poco más mayor que rompía todo lo que veía. Estaba mal del tarro, su especialidad era hacer ruina, según su madre, trocear periódicos, revistas, toda clase de papel que pillaba por delante. Lo realmente peligroso era cuando en vez de papel se encontraba con objetos de otro material más contundente como el cristal. En ese caso era recomendable que cualquier persona que le rodease se pusiese un casco. El Vake viendo este panorama se acordaba de aquel chiste: “Virgencita, virgencita que me quede como estoy”.

     Pasaron el día y la noche subiendo y bajando montañas, hasta que, por fin, a punto de amanecer otra vez, llegaron al sitio milagroso de Lourdes, entre montañas y valles verdes. En medio de aquel lugar, sin ningún tipo de intereses (je, je), había una residencia llena de monjas, curas y frailes, bueno y lo más importante repleto de ellos, de los que iban a ver si les cambiaba la vida por arte de magia o mejor dicho por obra de la Virgen de Lourdes. Todo era muy bonito menos la residencia que parecía un hospital de guerra, con camas que eran como cunas grandes con barrotes bordeándolas para que no se escapasen de allí, aunque era difícil huir en las condiciones físicas en las que se encontraba toda aquella gente. Los horarios eran muy diferentes a los de España: comían a la hora de almorzar y cenaban a la hora de merendar. Además, la comida, como las camas, también era de hospital: apio, nabo, manzana asada…

     Hicieron algunas excursiones por los alrededores, vieron la cueva de la Virgen de Lourdes en la que estaba su imagen y una fuente en la que dicen que caía agua bendecida por ella misma. Al lado pasaba un río con un puente. Al cruzarlo había una especie de salas con bañeras llenas de más agua bendecida por la Virgen. Al Vake también lo metieron allí, pero no sufrió ninguna transformación mágica ni milagrosa. Se quedó como estaba pero mojado. Luego subieron a una montaña donde había imágenes de cuando crucificaron a Jesucristo, el primer comunista según Sabina. Pasaron los días y nada de nada; ni al Vake ni a nadie de los que fue allí les cambió la vida, ni con agua bendecida ni sin bendecir. Todavía quedaba la esperanza del último día (a algo había que agarrarse), cuando se celebraba la Santa Misa. Igual era ahí el momento de salir todo el mundo andando hacía Valencia, pensaba Vake. Pero ni siquiera en la Santa Misa llegó el milagro. Todos volvieron a tierra levantina como habían venido: subidos en un tren borreguero, tumbados en sus camillas o sentados en sus sillas de ruedas.

     La única consolación que les quedaba era que por lo menos habían cambiado de aires y habían visto los Pirineos por la ventanilla del tren.

     Desde entonces el pequeño Vake se volvió incrédulo. Todo aquello le había parecido un montaje y un negocio a costa de desgracias ajenas.

   Y se hizo menos creyente por no decir ateo.

     Una década más tarde, apareció otro tipo de agua en la vida de Vake, cuyo efecto, de vez en cuando, si que provocaba algunos milagros: el agua de Valencia. Una noche de septiembre, sus colegas y él decidieron quedar, como muchas otras tardes o noches, para lo que hiciese falta; beber, cenar, tocar la zambomba (por decir que tocaban algo),... El Chema había propuesto cenar en su casa ya que ese fin de semana estaba solo. Serían unos quince y una silla de ruedas, elemento importante en aquella noche diferente a las demás. Los amigos tomaron la palabra de Chema, antes de que se echara atrás, fueron a comprar comida y bebida al Mercadona, y acudieron a su casa. Una vez allí decidieron lo que iban a comer y beber. Acabaron cocinando unas hamburguesas y elaborando una deliciosa agua de Valencia, bebida típica de Valencia (claro que no va a ser de Galicia, llamándose de esta forma). Aquella agua estaba muy dulce, muy buena y contenía una mezcla explosiva de alcohol (debería tener más alcohol que un tarro de colonia).

     Se pusieron a cenar y a ver un gran partido de fútbol, “R. Madrid – Valencia”, de gran rivalidad por esta tierra. En la primera parte estuvieron tranquilos cenando pero, en la segunda, cuando empezó a hacer efecto el alcohol, se desmadraron y comenzaron las típicas riñas futboleras. A algunos hubo que separarlos para que no se pegaran. Cuando acabó el fútbol y después de comentar el partido decidieron irse al parque del pueblo. Se llevaron lo que había sobrado de agua de Valencia para continuar la fiesta. Una vez allí se encontraron con una prueba de atletismo, el salto de altura. El parque estaba cerrado y ni cortos ni perezosos se pusieron a trepar la valla de dos metros más o menos (más más que menos). Claro que para que saltara el Vake y su silla de ruedas hacia falta otro milagro. Pero lo que no hizo el agua de Lourdes lo hizo la de Valencia.

     ¿Cómo? Los allí presentes se repartieron a cada lado de la valla. Primero lanzaron la silla de ruedas y, después, al paralítico, consiguiendo así el milagro: el Vake esa noche había logrado el record del mundo de salto de altura en silla de ruedas.

     Una vez dentro del parque decidieron jugar al escondite. El Vake siempre se quedaba con el que le tocaba pagar porque su silla abultaba mucho y era muy fácil descubrirlo. Se sentía único en su especie (una especie de animal en extinción). Como siempre le tocaba pagar, conocía todos los trucos de los que se escondían y, ayudado por su buena vista (con gafas), siempre pillaba a unos cuantos de un tirón.

     A la hora y media de estar jugando se oyó una voz muy fuerte y desesperada: ¡¡¡La policía, la policía!!!. La policía les había descubierto a ellos. Los que estaban escondidos desaparecieron del todo y se quedaron solos el Vake y el Charly que en ese momento le tocaba pagar (que mala suerte). A medida que se iban acercando los dos policías las gotas de sudor (sentían el agua de Valencia por su frente) eran más frecuentes. Todavía tenían en sus manos dos vasos de la milagrosa agua, que lanzaron fuera del parque, muy lejos, para no dejar rastro. Los policías llegaron a su destino, como siempre, para joder al primero que se encontrasen. Eran dos tipos que parecían estar compitiendo para ver cuál de ellos era más chulo. Empezaron a registrarles, especialmente a Charly. De repente, escucharon una conversación y el Vake, sin pensárselo dos segundos, para despistarles con algo, les dijo que había más gente dentro del parque.

     Los policías encontraron a los otros chavales en sus escondites. Les pidieron el DNI y otros datos. Al Charly y al Vake les dijeron que les esperasen en la puerta principal. Para ello el Vake y su silla deberían botar la valla con la única ayuda de Charly. Como la noche ya no estaba para más milagros (se había acabado el agua de Valencia) decidieron escapar por un pequeño agujero que habían encontrado, por donde cabía la silla plegada. En la parte de fuera del parque, en un banco, había una pareja de enamorados dándose el lote, a punto de bajarse las cremalleras de los pantalones. El Vake lo sintió mucho, pero tuvo que pedirles ayuda para cruzar el agujero, cortándoles el buen rollo de amor y sexo que se traían entre manos (y piernas).

     Tras unos cuantos enganchones consiguieron salir del parque. Se fueron por patas -el Charly- y ruedas -el Vake- sin rumbo fijo, desobedeciendo a la ley por lo que hubiese podido pasar.

     Aquella noche, acabaron en las fiestas del pueblo de al lado. Allí, como cada tarde o noche, conocieron gente que al principio miraron al Vake como si fuese un marciano, para encontrarse después con un personaje de carne y hueso (con más hueso que carne) que afronta la existencia –en las condiciones que sea- como el milagro mismo: El milagro de estar vivo para poder contarlo.
Aunque el agua que trae los milagros nunca venga de Lourdes.

Que cada cual elija su mar

En libertad.

Escrito por José Vaquerizo Relucio.
Samuel López.